Wilson Roberto Palacios Suazo, destacó principalmente con el Olimpia, el Tottenham y la Selección Nacional de Honduras. Fue un fuera de serie, un jugador que participó en los niveles más altos de competencia de clubes y de selecciones, se formó en La Ceiba y le demostró al mundo que los jugadores hondureños pueden ser diferenciales con el balón, que pueden marcar el ritmo de un partido, controlar el tempo y condicionar el espacio.
Posiblemente esas palabras definen más a un mago que a un futbolista, pero es que Wilson era es un especialista en tiempo y espacio; sabía dónde y cuándo estar. En el Olimpia fue donde jugó más adelantado, se le recuerdan varios actos de magia, el gol contra Marathon en el Estadio Morazán o contra el mismo equipo en una final en el Estadio Nacional.
Pero deslumbró en el Tottenham como mediocentro, haciendo pareja con Sandro como aquel partido contra el Milán en el San Siro, jugando cerca de Luka Modric y en situaciones donde él disponía el balón para que el equipo jugara al ritmo de sus decisiones. Pero también lo recuperaba con facilidad, cortaba líneas de pases; porque miraba muy bien quien estaba a sus espaldas.
En la selección tuvo varias apariciones de esas, que solo especialistas pueden lograr, como cuando le escondió la pelota entre las piernas al panameño Felipe Baloy y le picó suavemente el balón a Jaime Penedo para que la número cinco besara las redes. Pero recordarlo por eso sería injusto; porque Wilson Palacios fue partícipe y titular de uno de las mejores selecciones que ha jugado a la pelota en este país. Una selección repleta de mediocampistas que sabían que hacer con la pelota, esa generación del 2010, donde brilló con luz propia Palacios. Su último gran escape, fue retirarse sin todos los reflectores, esos que necesitaba, porque su fútbol siempre será luz.
