El fútbol en una sociedad sin muchas oportunidades laborales se vuelve una coyuntura magnífica para salir de esa paranoia colectiva.
Desde el fútbol base uno puede percibir que los niños no solo van a jugar fútbol, ellos van a realmente a trabajar para llegar a ser profesionales, lo quieren ser desde los doce años.
Los padres motivan a sus hijos para huir de sus problemas económicos familiares y lograr cierto estatus en la sociedad. De sociedades deberíamos escribir cuando se trate de analizar incidentes cercanos al contexto social del fútbol.
¿Podrá entender que este castigo no solo daña a los clubes económicamente, a los jugadores anímicamente pero también al mismo niño que sueña en convertirse en futbolista?
Muchos de esos niños que se forman en condiciones precarias se hacen la idea del castigo, dejan de ir al estadio, se desmotivan en sus entrenamientos y recurren a otras situaciones.
La Concacaf no está ayudando al fútbol, está matando sueños. Si el fútbol no existe para cultivar esperanza no existe en su totalidad. Vale mencionar que este castigo sobrepasa todo entendimiento, ya que no fue dicha competición y ya se cumplieron los partidos con suspensión. Esperemos que la Concacaf rectifique sobre el caso para el bien del fútbol en Honduras.