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Se cumplen 43 años de la tragedia de los Andes

El avión en el que viajaba el equipo de rugby Old Christians de Uruguay se estrelló en chile, 16 sobrevivieron 72 días alimentándose de sus compañeros fallecidos.

2015-10-13

A 4.500 metros de altitud y 15 grados bajo cero, dieciséis hombres se apiñaban hace 43 años contra la estructura del pequeño bimotor Focker de Uruguay estrellado en los Andes, en un intento de darse calor.

El avión transportaba al equipo uruguayo de rugby Old Christians a Santiago de Chile, donde se debía enfrentar con los Old Boys, pero el 13 de octubre de 1972 se estrelló en la cordillera de los Andes con 45 pasajeros. Murieron 29 de ellos.

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Posted by Diario Deportivo Diez on Martes, 13 de octubre de 2015

Aquel día comenzó una lucha por la supervivencia que se prolongó durante 72 largos días de temperaturas bajo cero, hambre y desesperación.

Se cree que el piloto realizó una lectura incorrecta de los instrumentos, y cuando los pasajeros esperaban encontrarse con la pista de aterrizaje, luego de salir de una espesa capa de nubes, lo que encontraron fue una pared de montañas. En el impacto murieron trece personas, durante la noche mueren tres más y en los días restantes otras trece personas.

COMIENZA LA ODISEA

A partir de ese momento comienza la verdadera lucha por la supervivencia. El fuselaje del avión se convirtió en su refugio; debieron racionar las pocas provisiones que tenían: vino, dulces, chocolate, chicle.

Además, tuvieron que soportar las bajas temperaturas de las montañas, especialmente durante las noches. Se las ingeniaron para improvisar un convertidor de nieve en agua, hamacas para los heridos, y descubrieron que al atar los almohadones a los pies no se hundían en la nieve.

En varias oportunidades pequeños grupos salieron en busca de la cola del avión y de un camino que los llevara a la civilización. Sin embargo, los resultados no fueron del todo exitosos.

Encontraron la cola, algunas provisiones, baterías para la radio, y también algunos cadáveres, pero ningún camino.

Con el pasar de los días las provisiones eran cada vez más escasas, y los signos de desnutrición comenzaban a notarse: mareos, sensación permanente de frío, piel escamosa y apatía.

Ante esta situación se realiza una reunión en el interior del avión para proponer el uso de los cuerpos sin vida como alimento, ya que en la montaña no había nada comestible.
Roberto Canessa, estudiante de segundo año de medicina de 19 años de edad, explicó a todos cómo sus organismos se irían consumiendo por la falta de alimentos.

Enseguida aparecieron los cuestionamientos morales y religiosos, y el rechazo de algunos. Sin embargo, Canessa tomó la iniciativa y unos pocos lo siguieron. Otros esperaron hasta que sus cuerpos ya no respondían.

SE SUSPENDE LA BÚSQUEDA

Los negativos resultados de la búsqueda hicieron que el servicio aéreo de rescate suspendiera la acción. Los sobrevivientes se enteran de la noticia a través de una radio que se encontraba en el interior del avión.

Días después durante la noche, cuando se disponían a dormir, una avalancha descendió por la montaña y arremetió con fuerza en el fuselaje, sepultando a todos los que estaban acostados.

Algunas personas pudieron liberarse y trataron de rescatar a las que se encontraban enterradas bajo la nieve. Murieron ocho personas.

Con el pasar de los días el tiempo fue mejorando y con palas realizadas por ellos mismos empezaron a retirar la nieve del interior del fuselaje y a sacar a los muertos del avión.

Cada vez se hacía más evidente que la ayuda no llegaría, a pesar de que las condiciones climáticas mejoraban, por lo que decidieron formar un pequeño grupo que fuera en busca de ayuda: estaban convencidos que Chile no podía estar muy lejos. Canessa y Parrado fueron los elegidos, por presentar mejores condiciones físicas y sicológicas.
Camino a la vida

A las cinco de la mañana del 11 de diciembre, se inició la travesía que conduciría a los sobrevivientes durante diez días al sector de Los Maitenes, a 70 kilómetros de San Fernando.

La mañana del 21 de diciembre, los jóvenes encontraron a tres arrieros que se encontraban al otro lado del caudaloso río San José que atravesaba el lugar. Empezaron a pedir ayuda agitando los brazos y gritando desesperadamente.

Uno de los arrieros se dirigió hacia la orilla y les envió una nota enrollada en una piedra, les informaba que enviará a alguien a verlos y preguntó qué deseaban.

Parrado respondió que eran sobrevivientes de un accidente aéreo y que otras 14 personas se encontraban en las montañas. Luego de escribir devolvió la nota de la misma manera.

El arriero Sergio Catalán leyó la nota dos veces, y en principio pensó que se trataba de una broma, pero al ver la frágil apariencia de los jóvenes se dio cuenta que era cierto. Antes de irse les arrojó un pan al otro lado del río.

Horas después un hombre a caballo se presentó en el lugar donde estaban los jóvenes, le ofreció comida y los llevó a una cabaña, donde éstos le contaron lo sucedido.

En la tarde un grupo de carabineros llegaron al lugar junto a Catalán y solicitaron tres helicópteros a Santiago para efectuar el recate del resto de los sobrevivientes.

Foto: Diez

Mientras tanto, en el avión el resto de los sobrevivientes escucharon en la radio la noticia de que un arriero había encontrado a dos sobrevivientes del avión uruguayo que desapareció el 13 de Octubre.

A la mañana siguiente, luego de desayunar, Canessa y Parrado fueron sorprendidos por un gran número de periodistas de todas partes del mundo.

Ambos respondieron con gusto a todas sus preguntas, excepto las que se referían a la alimentación, que trataban de evadir. Después de un rato los helicópteros de rescate llegaron a Los Maitenes, y de allí partieron a las montañas con Parrado como guía.

EL RESCATE

El viaje hacia el lugar del siniestro fue duro, luego de un gran esfuerzo lograron pasar la montaña que conducía al valle donde se encontraba el avión.

Allí estaban los 14 sobrevivientes restantes, agitando sus brazos en señal de alegría. Las condiciones climáticas sólo permitieron que los helicópteros trasladaran a seis personas, los demás se quedaron en el lugar con equipo médico y andinistas, en espera de ser rescatados al día siguiente.

Cuando los rescatados llegaron a Los Maitenes, la felicidad invadió el lugar, todos se abrazaban entre si y se revolcaban en el pasto.

El sábado 23 de diciembre a las 10 de la mañana, los helicópteros regresaron por las ocho personas que quedaban en el avión, las cuales fueron llevadas también a Los Maitenes, donde la emoción se repetía.

EL ESCÁNDALO DE LA ANTROPOFAGIA

A la alegría del encuentro le siguió una agria polémica. ¿Cómo habían logrado sobrevivir tantos días en la nieve y sin apenas víveres?

'Ya no nos quedaban alimentos, habíamos agotado prácticamente las escasas provisiones de que disponíamos. Teníamos un hambre atroz al cabo de unos pocos días de no probar bocado. Estábamos en grave peligro de morir de inanición. Por otra parte, necesitábamos comer para tener calorías que nos permitieran resistir al frío. Estábamos desorientados y no sabíamos qué camino seguir.

Fue entonces cuando pensamos en 'aquello' para intentar aguantar unas semanas hasta que llegaran los socorros', relató entonces uno de los supervivientes al explicar que comieron la carne de sus compañeros muertos.

'Todo ser humano hubiera hecho lo mismo. Hay que tener en cuenta que lo hicimos con todo el respeto, dignidad y cristiandad que tenemos dentro. Utilizamos navajas de afeitar...'.

La decisión de las autoridades de sepultar en los Andes los restos de los pasajeros fallecidos fue una prueba más de que los dieciséis supervivientes practicaron antropofagia.

'Lo primero que aprendimos en la montaña es a decir la verdad: cuando nos rescataron, nos pidieron que negáramos que habíamos comido los cuerpos de los muertos. Nosotros éramos jovencitos y se arrimó gente prestigiosa, con mucho peso, que sus razones tendría, y nos dijo: 'Escóndanlo'. Pero, ¿por qué? Si lo que había aflorado allá arriba era el respeto a la vida, el respeto a la muerte, si lo que afloró en ese infierno fue el afecto, el único antídoto que conseguía disolver parte de ese dolor. ¿Cómo íbamos a bajar a la vida y lo primero que diríamos sería una mentira?' , dijo Gustavo Zerbino, uno de los sobrevivientes.

SU HISTORIA LLEGÓ AL CINE

Dos años después Piers Paul Read recogía su historia en el libro '¡Viven! La tragedia de los Andes', precursor de la película del mismo nombre que Frank Marshall rodó en 1993.

El realizador estadounidense aseguró entonces que la cuestión del canibalismo 'no constituyó la pregunta más delicada. No lo necesitaba saber, era secundario (...). El deseo de vivir, la supervivencia, es más importante'.

La traumática experiencia unió para siempre a los dieciséis jóvenes en la convicción de que 'no tuvimos otra elección: vivir o morir'.