Todos en algún punto de nuestras vidas nos hemos enfrascado con un videojuego competitivo. Podría ser Call of Duty, League of Legends, PUBG, Overwatch, Fortnite o hasta FIFA. Cualquier título que permita el juego en línea contra otros jugadores se convierte instantáneamente en una carrera por ser mejor que el otro, y más en su modo de juego competitivo, o ranked, en su defecto.
Uno puede pasar varias horas perfeccionando su habilidad en partidas casuales, para poder desatar el caos en el competitivo. O al menos esa es la expectativa, porque, pasa que a veces, por más que tiempo que le dediquemos a determinado juego, nuestras habilidades parecen no ser suficientes, lo que se traduce en una o varias derrotas, ya sea individualmente o en equipo.
Perder una partida es duro, especialmente si de ello depende subir o bajar en la clasificatoria, una lista ascendente de jugadores cuya importancia solo se la damos nosotros mismos, pues las recompensas suelen ser insignificantes, y aun así, nos frustramos, y buscamos culpables por nuestro pobre desempeño. Un enemigo que hace trampa, fallos de conexión durante la partida, un equipo completamente incompetente, todas estas cosas que, aunque podrían ser ciertas, no son más que una excusa.
Es normal que sintamos frustración al perder, especialmente si llevamos una racha de derrotas que se extiende a lo largo de las partidas. Y es en este punto donde debemos hacernos la pregunta. Con el control en las manos. ¿Me estoy divirtiendo? Es un videojuego, debería ser divertido. ¿Qué es, si en lugar de divertirte, te hace sentir molesto o molesta? Detenerse a hacer esa simple reflexión puede hacernos despertar y arrancarnos de esa zona gris en la que nos encontramos.
La habilidad de un jugador no se define por las victorias obtenidas, sino por su capacidad de mantenerse centrado aun en la más complicada de las partidas. Los seres humanos aprendemos mucho de las derrotas, y muy poco de las victorias. No significa que no debamos ser competitivos o tomárnoslo más a la ligera. Cada cosa en la que ponemos empeño merece nuestra atención, simplemente debemos aprender a controlar las emociones fuertes.
Así que, si llevas una racha de derrotas competitivas, realmente no significa que eres un mal jugador. Quizás has tenido un mal día, no hay por qué perpetuar el disgusto. A veces uno quiere llegar a casa y relajarse jugando, pero el juego no colabora; si algo así llega a pasar, es nuestra responsabilidad saber cuándo es saludable detenernos y continuar con otro juego u otra actividad. Ya después habrá lugar y momento para subir de rango.