El primer trofeo del mundial llegó a ser considerado como uno de los 10 mayores tesoros perdidos de la humanidad. El Jules Rimet, el primer trofeo que entregó el mundial de fútbol, parece maldito, ya que fue robado dos veces y la primera fue fundido por parte de los ladrones.
También hay versiones de que en realidad entró en la rueda del tráfico ilegal de arte para nunca más salir. Sea cual sea el destino, no se volvió a ver nunca más.
No obstante, una pieza de aquella obra, que se creyó perdida a lo largo de 60 años, habita en el museo de la FIFA como orgulloso testimonio de aquellos inicios del certamen ecuménico. Y, tal como un hábil wing a la antigua, se escondió durante más de medio siglo de sus perseguidores en el sitio menos pensado.

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La historia la reveló el propio museo con sede en Zurich. El Trofeo Jules Rimet fue una escultura de Abel Lafleur que representaba a Niké (la diosa griega de la victoria). Su valor se calculó en alrededor de 50.000 francos, medía 30 centímetros, pesaba casi cuatro kilos y estaba enchapado en oro. Se encontraba sobre una base de piedra lapislázuli de cuatro caras.
Durante 40 años, desde la cita bautismal de Uruguay 1930 hasta México 1970, la Federación entregó este trofeo, a pesar de las turbulencias sufridas durante la segunda guerra mundial, por caso, empezaron los rumores de que los nazis lo tenían en la mira para secuestrar. Lo curioso fue que el dirigente Ottorino Barassi lo ocultó en una caja de zapatos bajo su cama.

“El trofeo que apareció en 1958 parecía más alto. Eso fue porque la base original de Abel Lafleur había sido reemplazada por una más grande, también hecha de lapislázuli, pero con ocho lados.
¿Y la base original? He ahí la incógnita. En el medio, la FIFA se había mudado tres veces de oficina, y el temor fue que en alguno de esos cambios se hubiera extraviado. El epílogo de la historia no hizo honor a la intriga que generó.
“La verdad suele ser menos dramática”, indicaron desde la entidad que rige el fútbol a nivel planetario. La base de cuatro caras jamás se movió de un estante del archivo de la organización, sin rotular, por ende, invisible para los ojos menos entrenados. De hecho, ni siquiera había registro formal del cambio de pedestal en 1958.