LA INCREÍBLE DIETA DE MICHAEL PHELPS
“Ha sido increíble representar de esta forma a mi país, una de las mejores cosas que me han pasado”, dijo al dejar la pista, antes de concluyera la ceremonia para trasladarse a descansar a la Villa Olímpica.
Ese Phelps no era el que, hace menos de dos años, esperaba, ebrio, a que lo sacaran de una comisaría, en Baltimore. Ha dicho el nadador que fue en aquel lugar, mientras los efectos del alcohol desaparecían, cuando se convenció de que su vida debía dar un giro. El agua era lo único que podía salvarlo de la autodestrucción y devolverle el equilibrio, de la misma forma que lo había hecho en su niñez, cuando la natación fue el remedio para combatir su hiperactividad.
LAS CURIOSAS MANCHAS QUE LUCE PHELPS EN RÍO DE JANEIRO
La determinación para cumplir la promesa que se hizo a sí mismo es lo que le ha llevado a sus quintos Juegos, hasta Río, donde el estadounidense ha obtenido el perdón y ahora quiere nadar y volver a ganar por honor y por placer.
El estadounidense perdió el rumbo de su vida con el alcohol y las fiestas.
El mediático Spitz ha dicho en Río que Phelps no ganará un oro, sino varios. 'Me han preguntado varias veces cuándo me di cuenta de la magnitud de mi hazaña, en Múnich. La respuesta es cuando Phelps consiguió superarla, en Pekín', añade.
Después de Pekín, en cambio, se produjo el derrumbe al que siempre había sido proclive el frágil Phelps, hijo de padres divorciados, tímido, huidizo, cuya fortaleza mental, no sólo física, sólo se expresaba en el agua. Una imagen en la que se le observaba fumando droga le valió una sanción y el gigante, un Polifemo del agua, quebró.
PROBLEMAS CON SU ENTRENADOR
Aumentaron las salidas nocturnas, las ausencias en los entrenamientos que provocaron el distanciamiento con su entrenador desde los 11 años, Bob Bowman, y se produjo hasta una ruptura sentimental. Un careo extremo con el técnico impuso las condiciones. Los entrenamientos en la estación de Colorado Springs, en altura, le devolvieron la forma para lograr otras ocho medallas en 2012, pero esta vez los oros fueron seis. A pesar de ello, el Phelps de Londres no fue el de Pekín, y no únicamente por los cuatro años más. Se sentía hastiado. Al concluir su participación, dijo basta.
El problema de Phelps, sin embargo, es saber quién es lejos de la piscina. La retirada lo devolvió a la vida más disoluta, a las amistades tóxicas, como si fuera incapaz de encontrar un norte en la vida si no está delimitada por las corcheras. Cuando le dijo a Bowman que quería volver en Río, el técnico le dijo que estaba loco: 'Ni hablar'.
Phelps ya ganó su primera medalla en Río de Janeiro.
La madre, presente en la grada del Cubo de Agua de Pekín durante todas las jornadas, ha sido su sostén. 'Me siento en paz' es la frase que, hoy, refleja su estado. Los trials le dieron la clasificación en tres pruebas individuales y un relevo, aunque lejos de sus marcas.
Quienes conocen a Phelps, no obstante, saben de su competitividad extrema. Ryan Lochte, con el que se ha batido durante todos estos años, afirma: 'Si te vas a enfrentar a él, tienes que emplear hasta la última gota de tu energía. Te la va a exigir'.
Más ilustrativa acerca de la capacidad del nadador de Baltimore es Janet Evans: “Phelps es muy bueno cuando no se entrena y genial cuando lo hace”. Sólo ese talento es el que le ha permitido estos regresos, después de periodos pasado de peso, en los que los entrenamientos pasaron a un segundo plano.
La superivivencia en este deporte exige una disciplina estajanovista, como la que tenía la propia Evans o ahora ejerce Katie Ledecky, la gran estrella norteamericana, con permiso de Phelps, por supuesto. El éxito del estadounidense es algo que desea hasta el presidente de la FINA, el uruguayo César Maglione, que se ha pronunciado a su favor sin pudor. La natación, en Río, no tiene otro relato semejante.