El Kashima se caracteriza por un orden táctico y un trabajo físico que le permiten presionar en todas las zonas del campo y combinar con rapidez al recuperar la pelota, aunque también es capaz de mantener la posesión y elaborar con mimo gracias a la calidad de hombres como Nagaki, Endo o Yuma Suzuki.
Mu Kanazaki, máximo goleador del Kashima esta temporada, y el también mediocampista Gaku Shibasaki sobresalen en la plantilla nipona, donde la defensa es quizás su línea más floja.

Además de ser el club más laureado de la J.League (lleva ocho títulos, el último este año, y no ha descendido nunca) y haber mostrado en este torneo el avance del fútbol nipón desde la creación de esta competición en 1993, la entidad simboliza perfectamente la lucha por la supervivencia de los pequeños núcleos urbanos de Japón, donde la despoblación rural avanza imparable.
Kashima, localidad situada en la prefectura de Ibaraki (a unos 150 kilómetros al norte de Tokio), sabe bien lo que es ver amenazada su existencia.
Cuando este municipio pesquero y agrícola de la costa del Pacífico ya languidecía víctima de la creciente emigración a las ciudades a principios de los sesenta, el Estado nipón le concedió una segunda oportunidad con la creación de una zona económica especial que atrajo un volumen importante de industria.
El plan acabó trayendo en 1975 a la acería integrada en el gigantesco 'keiretsu' (nombre que reciben los conglomerados empresariales nipones) Sumitomo, que desplazó su planta desde Osaka (oeste del país) hasta Kashima.
Con ella llegó su equipo de fútbol, creado en la posguerra e integrado por trabajadores del complejo siderúrgico.
La escuadra jugó sin pena ni gloria en la JSL, la liga 'amateur' nipona, hasta que a principios de los noventa se planteó la creación de un campeonato profesional, la J.League.
La insistencia e incondicional apoyo de Sumitomo Steel -que tuvo que pasar de propietario a accionista- fueron fundamentales para lograr que el equipo de una ciudad que por entonces apenas contaba con 45.000 habitantes se convirtiera en uno de los diez clubes que jugaron la edición inaugural del torneo.

Por otro lado, su impecable historial en el terreno doméstico contrasta con el hecho de que nunca ha aportado figuras capitales a la selección nipona ni ganado jamás una Champions League asiática.
Muchos dicen que el éxito viene del vínculo que Antlers ha tenido con Brasil, ya que por su banquillo han pasado infinidad de técnicos de este país, como Jorginho o el legendario Zico, que también lució la camiseta del club, al igual que hicieron campeones del mundo con la 'verdeamarela' como Leonardo o Mazinho.
En cualquier caso, Antlers se ha ganado a pulso protagonizar mañana la que probablemente sea la cita más importante en la breve historia del fútbol japonés, un día que promete convertir a la tranquila Kashima en una bullanga y donde la final ya sabe a gloria independientemente del resultado.