Lo lindo del fútbol es lo que este puede contraer fuera de la cancha: pasión, alientos, euforia, cánticos y vida desde las gradas; ¿qué sucede cuando le quitas eso?
Te quedan unas gradas vacías, un ambiente muerto, escuchas alegatos por doquier, gritos de guerra, golpes al balón que se escuchan como disparos y una sensación de que falta algo: los hinchas.
El partido de ida entre Motagua y Seattle Sounders (0-0) se disputó el jueves en el estadio Olímpico de San Pedro Sula en una noche fresca, bajo una luna hermosa, pero sin la presencia de aficionados en las gradas.
Este se debió a que algunos incomprendidos lanzaron objetos dentro de la cancha, que impactó en jugadores rivales, en el último partido que el Ciclón disputó (diciembre del 2021) como local en competencias de Concacaf. La acción conllevo al castigo de jugar a puertas cerradas este encuentro.
Esto privó a que las Águilas jugaran junto a revolucionaria afición en la ida de los octavos de la Liga de Campeones, por lo que sólo hubo acceso para prensa que desde el sector de silla presenciaron el encuentro.
En un partido que se juega a puerta cerrada puedes capturar momentos que suelen pasar desaparecidos cuando el estadio cuenta con afición. Cómo los gritos desesperados de un Diego Vázquez hacia un Franco Olego que sigue sin entenderse en Honduras. Así como los regaños del árbitro central, el mexicano Enrique Santander, hacia el mismo DT azul: “No más gritadera, no más”.
Un Ninrod Medina que en cada jugada gritaba desde el banco hacia ciertos futbolistas para que se recordaron de las referencias, es decir, sus marcas personales que estudiaron en la previa.
También escuchas los quejidos y sientes la presencia del hombre más alto en el terreno de juego, el portero suizo Stefan Frei del Seattle, que se la pasó aplaudiendo, chiflando y gritando: “Help, Jump, Mine, Careful” cada vez que Motagua estaba en su terreno.
A su vez el entrenador estadounidense, Brian Schmetzer, pedía a sus futbolistas jugar “higher”, cada vez que tenían el balón; es decir, ir hacia el frente o pelotazos hacia arriba donde ganaban cada segunda jugaba aérea, pues la primera intervención siempre fue pan comido para el central Denil Maldonado.
En el Seattle podías notar la diversidad cultural, como un equipo “gringo” habla más el español que el inglés, pues sus figuras son hispanas, como el peruano Raúl Díaz, que para amarrarse las agujetas de los botines pedió ayuda fuera banda a integrantes del cuerpo técnico. Esto le costó salir del partido un par de segundos hasta que el árbitro autorizó su ingreso.
También puedes observar cómo viven el encuentro los suplentes de ambos equipos, situados en la zona preferencial de las graderías, y la diferencia en cómo cada escuadra vivía el partido era inmensa: los hondureños gritaban cada jugada y los estadounidenses ni se inmutaban.
Decenas de agentes policiales realizando su trabajo de la manera más pacífica, observando un intenso juego sin la preocupación de calmar los ánimos en aficionados alterados. Algunos hasta sufrían cuando Motagua desperdiciaba ocasiones a gol.
Y claro, no podían faltar el sonido de los golpes, como los pelotazos de Frei, los trabones excesivos de Denil Maldonado acompañados de los gritos de la víctima, así como la airada exigencia de la utilización del VAR, (por primera vez en Honduras a nivel de clubes) por cualquier situación, pretensiosa a señalarse o no.
Sin embargo, para el infortunio del espectáculo, del Motagua, y de los espectadores de prensa, que poco pudieron hacerdesde las gradas, no cayó lo más esperado del fútbol: el gol.
El Ciclón igualó a cero contra el Seattle Sounders y deberá buscar su pase a cuarto el próximo jueves, a las 9 pm, en Estados Unidos, donde sí sentirán la presión en el Lumen Field, que alberga hasta 72 mil almas. Pero así como lo hizo el Olimpia en 2020, el Motagua puede hacer la hazaña eliminando a los dos veces campeones de la MLS.
