El partido de tenis que todo el mundo esperaba en los Juegos, apenas existió: Novak Djokovic arrolló a Rafael Nadal en la Philippe Chatrier (6-1 y 6-4), el que fuera feudo (casi) inexpugnable del español durante años, en una jornada olímpica en la que el legendario clavadista Tom Daley se colgó su quinta medalla.
Impotente, seguramente diezmado físicamente por la lesión en el abductor de la pierna derecha, Nadal fue, hasta una reacción en la segunda parte del segundo set, una sombra del jugador que en esa misma pista conquistó 14 títulos de Roland Garros que le convirtieron en el rey de la tierra batida.
Djokovic, con ese hambre que le caracteriza y las ganas por reivindicarse como el mejor tenista de la historia, pero al que le falta la gloria olímpica, no le dio ninguna opción.
Incluso, en algunos momentos, pareció levantar el pie del acelerador (llegó a colocarse 6-1 y 4-0), consciente de que podía estar cometiendo una profanación.